Objetos fetiche:

La bala verde.


Cualquier actividad humana vivida con pasión se rodea de objetos imbuidos de un aura particular, como si tuvieran un alma que los trascendiese.

La música no es una excepción a este aserto y algunos instrumentos son objetos de deseo, poseedores de una magia especial, muchas veces basada en hechos objetivos y otras en la fe que les tienen los propios músicos, y la fe, como se sabe, mueve montañas. Así, por ejemplo, son objetos fetiche los violines
Stradivarius, irrepetibles quizá por la fórmula secreta de su barniz que el célebre luthier se llevó a la tumba, quizá porque se hicieron con madera de árboles que ya no se puede conseguir, vaya usted a saber... Una de las características de estos objetos fetiche es la de que ya no se pueden volver a construir con las técnicas modernas, de manera que el afortunado propietario de alguno de ellos se siente magnetizado por el halo de una pieza única, que le influye positivamente en su música. El sonido obsesiona, lógicamente, a todos los músicos. Por ejemplo, se dice que los saxofones Selmer actuales ya no suenan como los de la época dorada del jazz, los Selmer Mark VI. Y además están las boquillas: Román Filiú usa una extraña boquilla de baquelita marrón, dejada de fabricar en los años 50 y hoy día casi imposible de conseguir. ¡Y qué decir de la guitarra medio fosilizada de nuestro reciente invitado, Eddie C Campbell! Quizá tenía nombre propio, como la Lucille de BB King o la Gerundina de Raimundo Amador. Otro secreto bien guardado es el de la aleación y construcción de los platos de las baterías hechos en Turquía desde tiempo inmemorial. La fábrica Zildjian se trasladó a USA, pero, dicen algunos bateristas, los platos hechos en Norteamérica con la misma técnica no suenan como los antiguos, actualmente muy cotizados, y que fueron hechos hace décadas por los artesanos turcos, que guardan celosamente sus secretos.

Desde que la música se electrificó también los amplificadores y los micrófonos han pasado a ser objetos de culto, como los instrumentos. Y los técnicos de sonido han adquirido gran importancia, siendo el más clásico dentro del jazz Rudy Van Gelder.

En la portada de un CD de
Nico Wayne aparece un micrófono cónico, verde, de aspecto vintage: es el Green Bullet, la “bala verde”. Tonky nos contó su leyenda. Fue el armonicista Little Walter el que aprendió de Big Walter (“Shakey”) Horton las técnicas amplificación de la armónica, desarrollándolas hasta conseguir mediante la resonancia debida a la posición de las manos, el amplificador de válvulas y el micrófono Green Bullet un sonido potente, distorsionado y agresivo, que recordaba al de un saxofón (de rhythm and blues, por supuesto). De ahí el término que se le aplicaba: Mississipi saxofón. Los micrófonos Green Bullet originales eran baratos, no estaban pensados para hacer música y los utilizaban los taxistas de Nueva York y otras ciudades. Cuando dejaron de fabricarse esas “balas verdes” los armonicistas los buscaban desesperadamente para conseguir ese sonido tan particular. Como no los encontraban, al menor descuido los taxistas se quedaban sin ellos. Quizá sea una leyenda urbana, más “Si non è vero, è ben trovato”. Hoy en día la casa Sure fabrica réplicas de los Green Bullet originales, pero los vende mucho más caros, a unos 1.000 dólares. Seguro que hay quien no encuentra con ellos un sonido tan rabiosamente auténtico como el de los originales.

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